Por Miriam Jordan

La mayoría de los inmigrantes en Nueva Orleans proviene de
Honduras. La ciudad y el país guardan lazos que datan desde fines del
siglo XIX.
William Widmer for The Wall Street Journal
NUEVA ORLEANS—María Isabel Sierra
dice que nunca soñó con encontrar la tierra de las oportunidades o un
mejor futuro para sus hijos en Estados Unidos.
La
mujer y su esposo, Juan Simón Andrade, tenían una pequeña tienda de
comestibles en su casa en Honduras. "Estábamos bien, éramos felices",
dijo. Su negocio les permitía pagar un colegio privado y cuidado
especial para su hija que está confinada a una silla de ruedas debido a
que tiene espina bífida, una malformación congénita.
Pero
el 26 de marzo, su esposo, con el que llevaba casada 20 años, fue
asesinado en la puerta de su casa por rehusarse a pagar la extorsión que
una pandilla le exigía a cambio de permitirle operar su negocio, dijo
Sierra. La mujer y sus dos hijos abandonaron su casa y se mudaron dos
veces, pero los criminales rastrearon su paradero. Cuando recibieron más
amenazas, la familia huyó a EE.UU. y ahora está radicada en Nueva
Orleans mientras espera una audiencia de deportación.
Durante
el último año, inmigrantes de Honduras, Guatemala y El Salvador han
llegado a EE.UU en cantidades sin precedentes, principalmente escapando
de la violencia en sus países o para reencontrarse con familiares. La
mayoría, como los Sierra, son mujeres y niños. En los primeros 11 meses
del presente año fiscal, unas 66.000 familias, o cuatro veces el ritmo
del año anterior, ingresaron ilegalmente a EE.UU. Además, 66.127 niños
han viajado solos, casi el doble del número registrado el año pasado.
Ellos forman parte del episodio más reciente de la entrada de
indocumentados en EE.UU.
A diferencia de
olas de inmigrantes previas de principalmente hombres adultos que
buscaban ingresar sin ser detectados, los nuevos inmigrantes
indocumentados se rinden ante los agentes en la frontera suroccidental
del país y solicitan asilo. En lugar de desaparecer entre la población,
empiezan procesos de deportación y encuentran refugio entre familiares o
amigos que ya están en el país mientras esperan que un juez decida su
futuro.
"Los podemos seguir más de cerca
que en olas de migración anteriores porque sabemos quiénes son estas
personas", dijo Bryan Cox, vocero del Servicio de Inmigración y Control
de Aduanas.
En Nueva Orleans, la mayoría
de los inmigrantes son de Honduras. La ciudad tiene lazos con la nación
centroamericana que datan de fines del siglo XIX, cuando botes
recorrían el Mississippi cargando bananas de sus plantaciones. Los
hondureños adinerados también llegaban acá en busca de servicios médicos
o educativos. Después del huracán Katrina en 2005, los hondureños
llegaron para trabajar en las obras de reconstrucción y se quedaron.
Ahora,
se está produciendo una nueva ola. Entre enero y julio, cerca de 1.300
niños que viajaron solos fueron entregados a auspiciadores en el estado
de Louisiana, la gran mayoría en el área metropolitana de Nueva Orleans.
Este nuevo grupo representa cerca de 13% de los niños nacidos en el
extranjero del estado, según datos del gobierno. En contraste, los 3.909
menores que llegaron a California representaron menos de 1% de los
niños nacidos en el extranjero en ese estado.
Bobby
Jindal, gobernador de Louisiana, ha criticado al gobierno central por
no haberle notificado que niños no acompañados serían ubicados en su
estado. Steve Scalise, un congresista republicano de Louisiana, ayudó a
redactar un proyecto de ley que aprobó la cámara baja en agosto y que
facilitaría la deportación de los menores.
Entre
tanto, en los vecindarios de Nueva Orleans con una alta población de
inmigrantes, líderes religiosos, abogados de inmigración y grupos de
defensa se están movilizando para recaudar fondos y encontrar
representación legal para los recién llegados.
Durante
una noche reciente, 150 personas, incluyendo monjas, sacerdotes y
fieles, llenaron la iglesia de San Antonio de Padua para una charla
sobre la situación en la frontera y los inmigrantes. La abogada Kathleen
Gasparian habló de una campaña que busca designar abogados voluntarios a
inmigrantes menores.
En Nueva Orleans
Este, un suburbio donde la familia Sierra vive ahora, casi un tercio de
las casas ocupadas por latinos en una de las subdivisiones han absorbido
una familia o niño hondureño en los últimos seis meses, según
Cristiane
Rosales-Fajardo de Vayla, una organización sin ánimo de lucro creada en
los años 80 para ayudar a los refugiados vietnamitas.
Un
viernes reciente, Fajardo reunió a unas 50 familias para una charla de
orientación. Ofreció ayuda con la correspondencia de las escuelas y les
aconsejó empezar a preparar los documentos para su audiencia con la
corte de inmigración, sosteniendo un fólder en el que Sierra ha guardado
varios papeles, incluyendo un artículo de prensa sobre el asesinato de
su esposo.
Sierra, de 44 años, llegó a
Nueva Orleans después de entregarse a los agentes fronterizos en Texas.
Les dijo "asilo" cuando ella y sus hijos salieron del Río Grande.
Después de unos días detenida y de una entrevista, fueron llevados a una
estación de buses con la orden de aparecer ante un tribunal de
inmigración.
Una vez en la ciudad, se
mudaron a la casa de Antonio Ayala, un amigo de la familia, quien había
llegado a trabajar después del huracán Katrina. Los Sierra ocupan una de
las cuatro habitaciones en la casa que Ayala comparte con tres hombres.
Hasta que Sierra tenga un ingreso estable, Ayala cubre su porción del
alquiler.
En la escuela Carver
Preparatory Academy, su hija de 13 años Ángela Karina es una de 46
nuevos alumnos de habla hispana que han sido matriculados, frente a ocho
el año pasado. Muchos llegan sin certificados de años cursados y al
menos 10 no han asistido a un colegio en el último año.
Representantes
escolares dicen que están acostumbrados a estudiantes con desafíos
académicos y personales, y les han dado la bienvenida con clases de
inglés adicionales y ayuda social en español. El único problema es que
el aumento del número de alumnos fue imprevisto y posterior al proceso
de contratación de docentes, dijo Stephanie Slaughter, directora de
servicios de intervención de Carver. Para compensar por los gastos
extra, la escuela planea solicitar subsidios.
Ángela
Karina regresó a casa con una sonrisa después de su primer día de
escuela. Su hermano, José Alfredo, de 11 años, dijo que también estaba
disfrutando de la escuela, pero que cuando su mente divaga, se siente
triste por su papá.
Por su parte, Sierra
ha empezado a limpiar casas y a hacer trabajos de pintura para ganar
algún dinero. Esta nueva casa no es la que soñó, dice, pero al menos se
siente segura.
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